En el camino de Solothurn a Lausana escuchamos cada vez menos alemán francés. También hubo un cambio en la señalización de los cyclovías: El perfeccionismo de la Suiza germanófona ya no se encontraba en la parte francófona. Varias veces buscamos en vano en las cruces las amadas señas y en dos obras entre el lago Neuchâtel y el lago Lemán nuestra yincana, que hasta entonces siempre había sido éxitos, se convirtió en una odisea infructuosa, de modo que finalmente decidimos ir por la ruta normal a Morges (pueblo en el lago Lemán). Desde allí seguimos la cyclovía Velorout 1 (Rhoneradweg) y llegamos con 102 km en las piernas un poco cansados en el camping del pueblo Rolle, por lo que decidimos pedalear en los próximos días menos y visitar Lausana y Ginebra. Además, queríamos disfrutar del último lago de nuestro viaje en Europa, ya que sabíamos que de ahora en adelante íbamos a ir al lado del río Ródano y luego en la costa Mediterráneo. Este lago es generalmente conocido en alemán como “Genfersee o sea Lago Genève”, mientras que en francés la traducción “Lac Genève” no es muy útil, ya que se llama “Lac Léman”.
Así que el sábado cuatro de agosto tuvimos un verdadero día de descanso, lavamos nuestra ropa y luego tomamos el tren a Lausana. Este pequeño y bonito pueblo está enclavado en las empinadas laderas del lago. Las subidas y bajadas son difíciles de entender para un recién llegado con sus escaleras, puentes y ascensores, pero un paseo por la ciudad es muy agradable y la vista desde la plaza de la catedral al lago es hermosa. Lausana también tiene algunos museos interesantes que ofrecer. Visitamos el emocionante Museo de Arte Brut. Gracias a la entrada gratuita el primer sábado de cada mes no nos costó nada. El museo colecciona arte creado fuera del mercado oficial de arte y a menudo creado por artistas que viven en los márgenes de la sociedad. Nos entusiasmó especialmente el artista Paul Amar. Convierte conchas de todas las formas y tamaños posibles en coloridas obras de arte. También visitamos el Museo de diseño y aplicaciones artísticas contemporáneo sin embargo la exposición actual sobre el tema de la guerra era demasiado enfocados en armas para nuestro gusto. Nos gustó más Fon, un barrio moderno, muy acogedor y animado.
Al día siguiente pedaleamos 45 km hasta Ginebra por la mañana. Aquí habíamos reservado un hotel el día anterior. Queríamos ir a la ciudad más internacional de Suiza. La mitad de los habitantes provienen de todos los países del mundo. Después de algunos altibajos llegamos directamente a la estación central, que estaba enfrente de nuestro alojamiento. Düsi tuvimos que amarrar afuera del hotel, ya que no tenían garaje u otro sitio cerrado para bicis. Para evitar un robo, nos robamos nosotros mismos el sillín y el sujetador de la cámara. La visita turística de la ciudad hicimos con el billete de transporte público, que estaba incluido en el precio de la noche. Deslizarnos perezosamente en bus por una ciudad nos hacía bien, y así que nos en poco tiempo al nuevo museo de la Cruz Roja. Este museo está al día y nos ha impresionado tanto en contenido como en diseño. Pensando en el trágico destino de millones de personas y alviados de poder viajar nosotros por nuestra propia voluntad y con las pertenencias necesarias, nos dirigimos al siguiente destino, el museo de la ciudad, en el que hay un detallado relieve de Ginebra del año 1850. Fue construido por el arquitecto Auguste Magnin en 18 años de trabajo y sigue siendo consultado hoy en día para cuestiones de urbanismo debido a su exactitud. En el siguiente paseo por la ciudad visitamos la rampa del ayuntamiento, sobre la que los altos señores se subieron en viejos tiempos en caballo hasta la sala para participar en las reuniones. Después fuimos a ver la atracción más conocida de Ginebra: la fuente de agua, que en realidad es una válvula de alivio y que hoy en día es copiada varias veces en otras ciudades de Suiza. - Ya nos habíamos dado cuenta de las fuentes de agua en el lago de Constanza. - En particular, disfrutamos del animado ambiente mediterráneo en el paseo costañero, de los cuales la ciudad tiene dos debido a su ubicación en la desembocadura del río. Había músicos callejeros, malabaristas, atracciones de feria y puestos con dulces tentaciones como churros con salsa Toblerone. De un lado a otro de la orilla, se puede cruzar fácilmente con los pequeños barcos amarillos llamados Mouettes (gaviotas). Estos están incluidos en el billete de transporte público. Por la tarde lo hicimos igual que la gente de Ginebra y dejamos terminar el día en el balneario urbano Bain de Paquis. Por una entrada de dos francos, uno puede refrescarse con un baño, calentarse en la sauna, relajarse con un masaje y comer fondue de queso en el buffet a precios moderados. Al día siguiente, la visita de la sede de la ONU concluió nuestro recorrido por la ciudad. Ginebra es a menudo conocida como la “Ciudad de los Derechos Humanos”, ya que tanto la Cruz Roja como la ONU tienen su sede aquí. Este último no está tan bien organizado como el Museo de la Cruz Roja. Una curiosa mezcla de medidas de controles de seguridad, de información confusa de signos ausentes y de largos tiempos de espera dan la impresión de un acontecimiento improvisado en lugar de una rutina diaria. Lo recompensan los guías humorísticos. La aventura “visita de la ONU” comienza con la búsqueda de la entrada, que no está en la parada de autobús con la designación UNO ni tampoco en la supuesta entrada principal, sino a unos 5-10 minutos a pie de ella. Hay que doblar dos veces por la esquina y recién está después de la próxima parada de autobús. Uno se orienta por los otros turistas que parecen tan perdidos como uno mismo. Si usted porfin ha logrado encontrar la entrada, tiene que superar el segundo desafío “conseguir acceso”. Después de haber pasado el control de seguridad y el control de equipajes, en que se mezclan visitantes, invitados y empleados, usted tiene que esperar la llamada “the next please” para dirigirse a un mostrador. Allí va a recibir una tarjeta de identidad. En todo caso, no hay que dejarse disuadir por las múltiples señales de información que requieren un documento de identidad para cada persona. El lema es “uno para todos”, por lo que no fue gran cosa que olvidamos nuestros pasaportes en la caja fuerte del hotel, ya que Matthias llevaba su DNI en el bolso. Después del control bajamos una escalera para volver a hacer cola. Estando abajo una simpática jovencita nos explicó que sólo se puede visitar la ONU con un guía, nos pusoun collar de color naranja en el cuello y no pudo darnos más información. Recién llegando al mostrador al final de la cola, nos pudieron entregar la información sobre los precios, los horarios y las lenguas de los tours. De allí, envían a los visitantes a otro edificio en el centro del campo de la UNO. La señalización es más que escasa, pero aún no es aconsejable perderse ya que no se permite a los visitante a caminar en otras áreas del campo y uno arriesga ser expulsado inmediatamente. El centro de visitantes tiene una cierta similitud con la sala de espera del consultorio de un dentista, los bocadillos prometidos anteriormente resultan ser sándwiches del automata: chocolate y patatas fritas. Tuvimos suerte de conseguir uno de los últimos asientos. Así podíamos observar cómodamente como se llenaba poco a poco la sala durante la siguiente hora. El tour en sí fue muy interesante y nuestro guía pudo presentar los hechos de una manera memorable y humorística. Ahora sabemos que actualmente hay 193 países miembros de la ONU en el mundo y varios miles de idiomas, que la ONU tiene menos presupuesto fijo disponible que la policía de Nueva York cada año - por eso UNICEF y organizaciones similares necesitan absolutamente donaciones - y que los diplomáticos pueden reírse siguiendo las instrucciones de su intérprete sin haber entendido la broma. También nos impresionaron algunas de las obras de arte que la ONU había recibido de los países miembros, y también el sentimiento de estar en lugares donde habían ocurrido acontecimientos históricos como las negociaciones de paz. Para terminar este artículo, una nota para todos los arquitectos: Si alguna vez planea una sala de negociación para la ONU u otras instituciones similares, es aconsejable construir dos entradas equivalentes para que las dos partes de la disputa puedan entrar de igual manera al mismo tiempo.